III. Las razones del Desastre de 1898

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martes, 3 de febrero de 2015

III. Las razones del Desastre de 1898

Las últimas invenciones militares en este recorte de prensa antiguo
Recorte de prensa con inventos
militares españoles de la época
III. Las razónes del Desastre de 1898 (Cont.)

9.- Se ha denunciado la falta de formación reglada de los oficiales. En 1870 se plantean varias reformas en las materias que deben estudiar. Supongo que tendrían carencias, pero debemos recordar que muchos oficiales que servían en los primeros tiempos de la guerra de Cuba, estaban bregados en las Guerras Carlistas y en multitud de sucesos coloniales, por lo que es indudable que tenían experiencia de combate y el oficio de la guerra no les era nada ajeno. 


Pero, quizás influidos por la guerra franco prusiana, sacaron conclusiones tal vez muy alejadas de lo que iba ser su campo de batalla; además, faltaban conocimientos técnicos de cosas concretas, la sanidad militar no estaba al tanto de los estudios de enfermedades tropicales, los prácticas en la Marina quizás, muchas veces, por falta de barcos, u otras por falta de fondos para sacarlos de los puertos, no estaban todo lo entrenados que se esperaba de ellos, en las clases de geografía no se enseñaba la de ninguna de nuestras colonias, por lo que su llegada a la isla casi provocaba una gran confusión y era común que acabaran protagonizando algún despiste descomunal pues lo que encontraban a su llegada poco tenía que ver con lo que esperaban. Por otro lado, el  exceso de ese famoso y peculiar orgullo español jugaba en contra; tal vez el límite entre lo que es un héroe o un loco es muy tenue y muchos de nuestros oficiales solían traspasarlo con facilidad y corrían riesgos inútiles, para ellos y sus tropas. En Cuba nos encontramos muchos casos en los que las tropas españolas, muy superadas en número, se niegan a batirse en retirada y se empeñan en hacer frente al enemigo, venga o no venga a cuento, porque si algo no soportaban la mayoría los oficiales, es que pudieran ser tachados de cobardes… lo que contrastaba con la actitud de otros que permanecían en La Habana todo lo posible, utilizando todas las artimañas a mano, para atender a sus negocios y a sus vicios.

Manual militar español de fortificaciones
Manual militar español de fortificaciones

*En la bibliografía norteamericana nos podemos encontrar numerosas citas "a la mala puntería de los artilleros españoles de las defensas costeras"

10.- Se ha querido ver a Arsenio Martinez Campos como uno de los artífices de la derrota cuando quizás simplemente fue mejor político que soldado. La guerra de Marruecos, en la había sido prominente partícipe, no fue del todo satisfactoria pero salió bien parado de ella con una hábil negociación con los rifeños. Fue seguramente esa capacidad negociadora por la que se le envió a Cuba, aun eran los días donde la metrópoli soñaba que iba salir bien parada de esta aventura.
General Martínez Campos
Arsenio Martínez Campos

Las primeras decisiones que toma en la organización de la defensa de la isla no son muy afortunadas pues sigue manteniendo las trochas como eje de la organización, al tiempo que afirma que la trocha no deja de ser una línea de observación y que no vale para impedir un ataque serio de los rebeldes, y retira muchas tropas tratando de defender miles de enclaves y propiedades por toda la isla, dejando la quizás inútil trocha y sus numerosos blocaos con la mitad de la plantilla y un montón de tropas dispersas por los sitios más inimaginables de la isla con el consiguiente caos logístico y falta de comunicación entre las unidades. Cuando Gómez y Maceo se vuelven activos detectando el extraño dispositivo militar, las columnas españolas  se dedican  prácticamente a hacer turismo obligado por toda la isla y con los poco más de 25.000 hombres, es casi imposible dar caza a los mambises, que no se prestan a dar lucha en campo abierto, burlando todos los intentos de las tropas españolas que salen en su persecución. Pero, ¿podemos decir que Martinez Campos es el único responsable de este caos? Creo que no, las presiones políticas, tanto desde la metrópoli, como desde la oligarquía española residente en la isla, son insoportables y tratar de contentar a todo el mundo suele conllevar que al final casi siempre deja a todos descontentos. Las oligarquías presionaban continuamente para que enviara tropas regulares a sus plantaciones de azúcar, aserraderos o industrias e incluso reclamaban que se facilitara soldados para hacer los trabajos cuando faltaban trabajadores, unos por miedo, otros por necesidad y otros por convencimiento de colaborar con los  insurgentes o coaccionados por ellos. Esta política de dispersión de tropas, lejos de disminuir se acentuaba por momentos, pues cuanto más se distribuían las unidades por la Isla, más fuertes se hacían las tropas rebeldes y más posiciones españolas quedaban amenazadas, lo que, a su vez, reclamaba un mayor esfuerzo en el envío de efectivos a los distintos puntos que era necesario cubrir. Ahora resulta extraño que no se distinguiera la falta de sentido que tenía el emplazar guarniciones en el sitio más raro de Cuba, a diez soldados en un puesto, abandonado de su logística y  a merced de que en cualquier momento las tropas rebeldes pasaran por allí y los borraran del mapa…
Residencia del Capitán General en La Habana
Residencia Capitán General Español en La Habana


11.- Martinez Campos, viéndose totalmente superado por las circunstancias, pide su relevo. Famosa es su frase “que no se encuentra capacitado para hacer lo que hay que hacer para ganar la guerra (…) para ejercitar la crueldad como representante  de una nación culta como España“.

12.- Será sustituido por Weyler, considerado por algunos autores, un buen estratega, no sabría decir si lo fue  o no, hay que reconocerle que a su llegada la defensa de la isla sale de la apatía en que se encontraba, bajo el mando de Martinez Campos. Reorganiza el ejército (cuerpos, divisiones, brigadas y medias brigadas), suprime muchos de los destacamentos inútiles dispersados por toda la isla, muchas de las compañías de voluntarios que continuamente se habían destacado por sus excesos y presiones y falta de disciplina las usa para engrosar los batallones peninsulares. Da un impulso a la guerra de guerrillas usando binomios de exploradores a caballo flanqueando los movimientos de unidades de infantería, cambia el planteamiento de las trochas, de posiciones estáticas a usarlas ahora como puntas de lanza para salir a atacar a los mambises en cualquier momento que les beneficie; todos los adelantos militares que nuestra maltrecha economía del momento permite es adquirida, desde telefonía para los fortines de los puestos de la trocha, a nuevos sistemas de prefabricado de mampostería; al fin y al cabo una nueva estrategia se implanta. Y sin embargo todo esto se oscurece al ser conocido por los estadounidenses como “el carnicero”, con su política de reconcentración. De modo que Weyler emite el siguiente bando:
“Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada".
Weyler
Máximo Gómez

La política de Weyler trata de responder a las de los rebeldes que consistían en evitar combates directos con las tropas españolas, incendiar todo tipo de  plantaciones (en especial, las de caña de azúcar, que eran las que más beneficios generaban), atacar aserraderos y otros sistemas productivos de la isla, (vías férreas, industrias, etc) y presionar a la parte de la población a la que se denominaba los pacíficos, a que les dieran información sobre las columnas españolas, ayudaran a pasar armas y vituallas, o colaborar con los guerrilleros en las operaciones  militares, basta recordar la frase “¡Bendita sea la tea!" del general cubano Máximo Gómez cuando, al paso de sus tropas de caballería ligera, dejaba grandes columnas de humo de los incendios o con aquella frase de un reportero: Un corresponsal norteamericano había reportado en una ocasión que "un sólo insurrecto puede quemar un campo de caña y cuatro mil soldados españoles no pueden impedirlo"; con lo cual Weyler, viendo que una parte de la población colaboraba con los rebeldes, optó por reconcentrar esta parte de la población de núcleos agrarios dispersos por la isla, hacia otras zonas más pobladas, para poder, por un lado, protegerle con el grueso de sus tropas y, por otra parte, para evitar que colaboren con los guerrilleros. Claro, al principio, en pequeños movimientos de personas, se pudo atender las necesidades de éstos, pero a medida que el flujo aumentaba, si el ejército español ya era incapaz de atender las más mínimas necesidades de sustento para su hombres, qué sería atender a una población que era observada de reojo por nuestros generales como posibles colaboradores. A medida que pasaba el tiempo resultó ser una pérdida de las cosechas, provocando una hambruna generalizada, que solo logró empeorar las ya de por si malas condiciones sanitarias de los campos donde se les concentraba y acabó diezmando la población, al tiempo que recrudecía la guerra, haciéndola más fiera y feroz, y consiguiendo que gente que seguramente no hubiera luchado contra los españoles se sumara al movimiento rebelde. Así que me temo que, aunque las disposiciones militares que tomó el general fueron todas buenas, o al menos razonables dentro de nuestras posibilidades como país, las medidas tomadas con la población fueron totalmente equivocadas y sólo sirvieron para acelerar nuestra derrota.

De todas maneras, conviene adelantarse a quienes tengan la tentación de acusar a Weyler de inventar los campos de concentración, y advertir que no fue su precursor; los primeros campos de concentración se crearon en el siglo XVIII, cuando los rusos organizaron  campos de concentración en Polonia-Lituania para los prisioneros contumaces, o los campos creados durante la Guerra de Secesión de EEUU por los generales Sheridan y Hunter en el Valle de Shenandoah y la del general Sherman al arrasar Georgia y Carolina del Sur, o la del general inglés Horatio Kitchener en las Guerras de los Bóers. Y por supuesto, no es el único responsable de esta política; las primeras bases arrancan en 1880 con el general Camilo Polavieja, que aplicaba la política de ‘tierra quemada’ y concentraba y aislaba al campesinado para que no se viera arrastrado a los disturbios. Prosiguieron con la política de los capitanes generales Emilio Callejas, Arsenio Martínez Campos y Sabas Martín dejándose llevar por ánimos exaltados de los voluntarios y oligarquía cubano española de la isla; lamentablemente, en España somos muy dados a poner nombre al fracaso, muchas veces merecidamente, otras demasiado apresuradamente. No hay más que recordar cómo, en el desastre de Annual, se señala al general Silvestre como responsable del desastre cuando, siendo un actor importante y principal, hace falta más de un hombre para que una nación fracase y son los pequeños errores los que, sumándose, conducen al abismo. En el caso de Weyler casi podemos afirmar lo mismo, el error no fue tan solo suyo y no creo que este militar disfrutara de tomar estas medidas y, si me apuran, no creo ni siquiera en los últimos momentos creyera ya en ellas. Pienso que fueron unas notas más de una composición trágica, de una cabalgata a ningún sitio, en aquel “defenderemos Cuba hasta el último soldado  y hasta la última peseta”, cuando la íbamos a perder sí o sí…

General Emilio Calleja Isasi
General Emilio Calleja Isasi
Retrato de Edgardo Debás
General español Camilo García de Polavieja
Retrato de Edgardo Debás
De una población de millón y medio de personas, seguramente mas del 30%, entre cien mil a doscientos mil cubanos pudieron morir, entre las enfermedades y la hambruna posterior, a resultas de estas reconcentraciones (se suele dar la cifra, de manera casi oficial, de 50.000 muertos sólo para la provincia de La Habana). A parte de la dolorosa pérdida de vidas humanas -evitable a todas luces-, generó más caos económico en la isla, colapsándose prácticamente su economía, aumentó las filas de los rebeldes, dio peor imagen internacional y más motivos para que las potencias occidentales miraran para otro sitio, confirmó que la administración de la isla era incompetente y en parte corrupta, que el ejército español se les estaba escapando la isla de su control, generó contrabando y más ayuda de EEUU  a los insurgentes.

En memorias de Weyler encontramos el siguiente párrafo:
“...Incendian los pueblos valiéndose del petróleo, quemando los campos de cañas y los bateyes o fábricas de los ingenios, si no se les paga la contribución exigida  desjarretando los bueyes, saqueando las tiendas y macheteando a los cortadores de caña y a los que trabajan recomponiendo la vía férrea; apresando a muchos otros y violando a mujeres y niñas, señaladamente los seguidores de Maceo. Como si esto no bastara, en muchas ocasiones han hecho uso de las balas explosivas contra nuestros soldados, cortando las líneas telegráficas, levantando los rieles de la vía férrea y haciendo descarrilar con dinamita los trenes de pasajeros indefensos, usando a veces sistemas de relojería para verificar la explosión a mansalva. Las partidas locales también han asesinado a peninsulares, sin otro delito que el de no seguir su causa...”
En cuanto a las acusaciones americanas:
“..En réplica a las acusaciones que se hacían sobre mi política “sanguinaria” tuve que responder diciendo que sólo me había propuesto contestar a la guerra con la guerra y, naturalmente, ser inexorable con los traidores y los espías; prescindir de partidismos y discernir únicamente entre españoles e insurrectos; hacer la guerra con decisión y energía, y acoger con clemencia a los que se entregaran. No podían estar conformes los norteamericanos con mis procedimientos de rigor y mucho menos con mis éxitos, puesto que en ellos veían la posibilidad de que pudiera acabar la insurrección. De ahí que recurrieran a fabular toda clase de calumnias sobre la conducta de las tropas y sobre mi supuesta responsabilidad. Me vi obligado a recurrir en varias ocasiones a nuestro ministro en Washington para desmentirlas, sobre todo las acusaciones de fusilamiento y crueldades que allí no se cometieron..”

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